domingo, 27 de junio de 2010

La verdad,toda la verdad y nada más que la verdad


Hubo un tiempo, por increíble que parezca, en el que el término freakie (freak), se utilizaba para referirse a una clase de personajes que podrían formar parte de cualquier parada de los monstruos de las que antes vagaban de feria en feria para entretenimiento de una  gente morbosa como lo somos nosotros. Esta historia transcurre en ese tiempo.

- No está bien llevarse las toallas de los hoteles, dijo ella con aquella mirada pícara aunque lo cierto es que no tenía otra.
- ¿Cómo dice señorita?, preguntó él, aún sabiendo sobradamente a que se refería aquella muchacha que le hacía sentirse un poco tenso, en el sentido más estricto de la palabra.
-Sabe usted perfectamente de que le estoy hablando aunque quizás no sea yo la más indicada para llamarle la atención, de hecho, me estoy llevando el aparador de mi habitación, confesó ella notando como aquella maldita hernia de hiato volvía a la carga con un desagradable reflujo sabor caoba.

El hombre, con todo el disimulo del que se sintió capaz, buscó el aparador sin encontrarlo y, sin entender nada, cosa no poco habitual en él, dijo:

- Me temo que se está usted equivocando, no tengo por costumbre robar las toallas de los hoteles en que me hospedo, comentó, mirando nervioso como el recepcionista les empezaba a prestar especial atención, cosa que a él, siendo un timido enfermizo y más apocado que si hubiese sido criado en el obrador de cualquier confitería, le gustaba especialmente poco. Menos aún le gustaba comprobar como ella no apartaba la mirada de lo que había tomado por toalla y no por muy acostumbrado a soportar miradas parecidas, conseguía superar aquella sensación incómoda.

- Me llamo Tracy, dijo ella tendiéndole la mano y esperando romper el hielo con aquel gesto, si bien lo que solía conseguir era fundirlo.

Él, tomando su mano entre las suyas, y no sin cierto desagrado al presentir el efecto que provocaba el contacto de la piel femenina en la "maldición", que era como acostumbraba a llamar a "aquello", consiguió balbucir: John, John Holmes..

Tracy, a un tiempo asustada e intrigada se preguntaba si aquello, de lo que no podía apartar la vista, estaba mutando en toalla de playa familiar o si tal vez se trataba de una sanguijuela, dada la lividez que empezaba a apoderarse de el rostro de aquel extraño. Lejos estaba de imaginar que más bien se trataba de lo segundo ya que, al fin y al cabo, la"maldición" o "aquello" no dejaba de tratarse de un ser que se apoderaba de la sangre de otro aún formando los dos parte de un mismo organismo. Creyéndose poseedora de un glamour digno de la propia Mae West dijo: Parece como si la toalla se alegrase de verme..

John, azorado, hizo ver como si no hubiese oído nada. Al fin y al cabo, él, verdugo de profesión y especializado en ahorcamientos, podía exteriorizar tanta frialdad como fuese necesaria. 

"El Limpio", como era conocido por sus compañeros, gozaba de un gran reconocimiento entre la gente del sector gracias a que había desarrollado un sistema exclusivo para acabar con la vida de sus "clientes". Lo bueno del sistema era que sólo lo podía llevar a cabo él lo malo era que , por la misma razón, no habría servido de mucho patentarlo ya que nadie podía copiarle la idea ni mucho menos imitar el sistema debido a una falta de "medios" irremediable. Lo que más llamaba la atención de los empleados de la empresa funeraria encargada de recoger los cadáveres era que no había ningún otro verdugo que dejase los cuellos sin marcas de soga y como John siempre insistía en quedarse a solas con los reos sólo estos conocían su secreto. La legendaria efectividad de "El Limpio", que hasta la fecha no había tenido ningún fallido (término eufemístico que había copiado al director del banco en el que cada mes hacía depositar su exigua nómina), garantizaba la inviolavilidad del secreto. Si algo le había enseñado aquella profesión era a andar con pocos rodeos, con lo que, a pesar de su timidez, se sorprendió diciendo:

-Habitación 102, diez en punto de la noche, puntualizó alejándose.

Arrepintiéndose demasiado tarde de no haber comprobado si ella asentía siguió caminando, y en un extraño brote de lucidez pensó que arrepentirse demasiado tarde, no dejaba de ser una forma de redundancia ya que si no fuese demasiado tarde aún sería tiempo de rectificar por lo que todo arrepentimiento dejaría de tener sentido.

Tracy, que llevaba desde que tenía uso de razón buscando una toalla para "secarse", lamentó haber sacado la ropa de cama del aparador antes de llevárselo y pensó que si su cuerpo seguía volviéndose en su contra en medio de la recepción del hotel necesitaría algo más que su bonita sonrisa para contrarrestar la "elocuencia" de un aparador de caoba salido de "la nada". Por supuesto que iba a estar en aquella habitación a las diez en punto decidió.

Abandonando el hall del hotel con toda la rapidez que sus piernas eran capaces de proporcionarle y, tras mirar atrás, pensó avergonzada que alguien podría tomarla por el caracol más rápido de la historia.

Espero que no hayas pedido champagne, no lo soporto, susurró traspasando el umbral de la 102 e intentando sin conseguirlo parecer tímida y mojigata.

- Pues en realidad he pedido unos gintonics de Hendrick´s y adivina lo que me respondió el camarero.

-Sorpréndeme, dijo Tracy, intentando una vez más parecer glamourosa sin superar la prueba.

 

- John, llevándose la mano a la nariz la apretó y con poca gracia imitó una voz nasal que decía: No me queda Gin, sólo tengo Beffeater o Hendrick´s ...

- Jajaja, rió ella divertida al comprobrar como aquel mequetrefe intentaba parecer gracioso con lo que parecía más idiota todavía- ¿Y que hiciste?, preguntó sin demasiado interés.

- Pues le dije que me suba cuatro de cada seis respondió él ,dejando al descubierto su idiotez, cosa que a ella le importaba poco si es que a cambio, como creía, aquel imbecil le iba a proporcionar el "secante" que tanto necesitaba.

Aquella noche John descubrió como se podía robar un aparador de la manera mas insospechada y también supo para cuantas cosas se podía utilizar la "maldición" además de para obtener prestigio profesional. Tracy, por primera vez en muchos años, necesitó beber, beber y beber ,dado el permanente y nuevo estado de deshidratación que aquel desconocido le provocaba. Esa noche, como los niños gordos que descubren en el sumo el camino al éxito, los complejos y las inseguridades de los dos se convirtieron en certezas.

A la mañana siguiente, en una clínica de reposo no muy lejos de allí, María, durante mas de veinte años gobernanta del Gran Hotel Maracaibo, explicaba a quien la quisiera escuchar una historia inverosimil que posiblemente le impediría salir de allí jamás: "Yo sólo abrí la puerta de la 102 para limpiarla y una montaña de serrín cayó sobre mi e inundó todo el pasillo. No lo entiendo, hacían tan buena pareja...."









.

3 comentarios:

  1. Muy buena la historia! Me encanta la manera en la que escribes y describes y desconocia esta faceta tuya!

    ResponderEliminar
  2. Gracias Mónica,eres muy amable .La verdad es que yo también la desconocía pero la actividad a la que dedico mi tiempo ahora,que es la que da nombre al blog,me permite discurrir muchas cosas,tal vez demasiadas a veces.Lo dicho,gracias y un saludo.

    ResponderEliminar
  3. Gracias por decirme, que la foto era del faro de Luarca. He tenido un fallo en subir la foto, me equivoque y subi, la que no era.

    ResponderEliminar