lunes, 2 de mayo de 2011

Extraños (viajeros) en un tren.

Érase una vez una niña con imaginación que vivía en un pueblo pequeño; y como era muy buena, cada día, después de ir al colegio y estudiar, se encargaba de cuidar las vacas de su familia mirando  ensimismada los árboles y los pájaros, y las ranas y los insectos, y las plantas y las flores, y como era muy curiosa y muy inquieta, aprovechaba el tiempo que pasaba con las vacas para leer y aprender, preguntando a otros pastores, cada vez que tenía oportunidad, acerca de todo lo que no sabía, que era mucho pero poco a la vez para ella, porque la niña quería saber como se llamaba cada cosa y cada ser de los que la acompañaban cada día de su vida. Pensaba que cuando hubiese hecho todas las preguntas y lo supiese todo, tendría que irse a otros sitios para no saber de nuevo y tener que preguntar y volver a saber para volver a marcharse y no saber para volver a preguntar y a saber....
Cuando pasado el tiempo le pareció que ya lo sabía todo, empezó a sentarse en una roca junto al mar desde la que buscaba preguntas y veía pasar barcos cargados de gente que le permitían preguntarse adonde iban, quienes eran y porqué pasaban por allí y sobre todo, si alguna vez se la llevarían con ellos para poder hacer preguntas en otros sitios. Cada cierto tiempo, dependiendo de su estado de ensoñación, veía también pasar un tren a sus espaldas acerca del cual se hacía las mismas preguntas que le sugerían los barcos.
Un día decidió al fin subirse en un tren y viajó durante días para acabar conociendo otros sitios y otras gentes que le permitieron hacer preguntas sobre cosas nuevas que no sabía pero pronto supo. Otro día alcanzó a nado un barco y, subiéndose, viajó por mares interminables para llegar a lugares tan diferentes que su desconocimiento sobre ellos le pareció a la niña un futuro de ignorancia tan apetecible y atractivo que a partir de entonces si no tenía que cuidar sus vacas, volvía a su roca y, pasado un rato de ensoñación, o bien se subía en un tren con un destino cada vez apasionante o bien nadaba hasta alcanzar un barco que le proporcionase las aventuras que anhelaba. La niña creció y gracias a sus viajes llegó a conocer el mundo entero con lo que sus ansias de saber para no saber se encontraban frustrántemente colmadas cuando, en uno más de sus viajes en tren, por primera vez un viajero al que no había visto nunca le hizo darse cuenta de que hasta ahora en ninguno de sus múltiples viajes había hablado con  los pasajeros, ni ellos con ella, aunque aquel extraño no sólo le hacía sentir la necesidad de hablarle sino que él, que debió leer su pensamiento, le habló diciéndole:
-Tú eres la chica de la roca, ¿a que sí?. En un par de minutos pasaremos por allí y te veré, hace años que te veo en ese sitio y tenía ganas de conocerte ya......
-Eso es imposible- dijo la niña que ya era chica tras el paso de tantos y tantos viajes y visitas a la roca- ¿Cómo me vas a ver en la roca si estoy aquí hablando contigo?
-¿Y qué importa eso?, dijo él con una naturalidad que dotaba de aparente lógica a lo que no podía tenerla.
La chica sintió que aquel sujeto le transmitía una gran tranquilidad y sin saber porque sintió que ese hombre poseía la respuesta definitiva que la ayudaría a dejar de hacer preguntas para siempre.De hecho, impotente, sintió que no se le ocurría pregunta alguna que formularle, tan solo quería oírle hablar, sabiendo, aún sin comprender porque, que él le contaría absolutamente todo lo que necesitaba saber de una vez por todas.
- Verás, dijo él, te contaré una historia y cuando acabe posiblemente entenderás que el hecho de que estés aquí no tiene porque significar que no sigas allí abajo, en tu roca. Ah, espera, mira allí abajo, rápido, ¡corre!- dijo el hombre acercándose a la ventana del tren- allí, en aquella playa...
La chica, asombrada, se vio a si misma sentada en su roca en la playa de su pueblo y por primera vez en un viaje pensó en cosas pertenecientes a su vida diaria y a su pueblo, recordando que tenía que ordeñar al ganado sino quería tener problemas en su casa. Sorprendida pensó que, hasta ahora, cuando viajaba olvidaba todo lo relativo a su pueblo con lo cual aprendía cosas nuevas de otros sitios olvidando lo sabido quizás para hacer sitio a los nuevos descubrimientos que iba haciendo en los viajes.
-Yo hace años y años que cojo trenes- continuó el hombre- me subo en ellos esperando llegar a un destino que en realidad no sé ni si tan siquiera existe. Cojo un tren y me bajo cuando algo en mi interior me dice que he llegado, doy diez pasos, siempre diez, y me topo con un banco en el que me siento y espero.
-¿Esperas, a qué esperas?, dijo la chica que aunque quería saber y preguntar muchas cosas, como siempre, esta vez notó que le molestaba interrumpir a aquel hombre al que le seguía encantando escuchar.
- Jaja, ojalá lo supiese, rió el hombre, a otro tren supongo. Siempre me bajo porque creo que he llegado pero no sé a donde tengo que llegar, simplemente, a los diez pasos, veo el banco y sé que otra vez no he llegado y me siento a esperar otro tren. ¿Y sabes lo más curioso?, a veces- continuó sin esperar una respuesta- transcurren años entre tren y tren, y cambian las estaciones y yo sigo allí sentado; en invierno me nieva encima, en verano me quema el sol, en primavera sufro alergias y picaduras de insectos y si no pasa ningún tren tengo que contar los cambios de estación que me han pasado por encima para saber los años  que llevo esperando un nuevo tren sentado en el banco. ¿Me crees?
- Pues no sé porque pero, sí, te creo- dijo la chica presintiendo que lo que había sido lógico hasta aquel momento empezaba a dejar de serlo- al fin y al cabo estoy en un tren y en una roca al mismo tiempo con lo cual lo que me cuentas no parece ni más difícil ni más imposible. Pero, ¿sabes una cosa?, algo me dice que yo ya sé todo lo que quería saber y pensó que, a partir de entonces, ya no quería saberlo todo, tan solo lo que él quisiera contarle, y por primera vez, dejó de sentir aquella inquietante necesidad de formular  preguntas.
El tren se detuvo en una playa con una roca como la que que ella había usado de asiento durante tantos años pero sin embargo sintió que ni la roca ni ella eran las mismas ni posiblemente lo volverían a ser, era su playa pero no lo era, y era su roca pero no lo era o, si lo era, ya no le apetecía sentarse en ella. Al mismo tiempo, mientras ella se sorprendía descubriendo aquel nuevo- viejo sitio en el que ya no podía formular preguntas, el hombre pensó que quedaría bien un banco en aquella roca ya que no parecía nada cómoda para sentarse y esperar.
- Vamos- dijo ella cogiéndole de la mano y haciéndole bajar del tren- marchémonos de aquí porque ya no quiero volver a marcharme a ningún sitio.
Interiormente, el hombre, a la vez que caminaba contó: " ocho, nueve, diez.........once, doce, trece....."

Y aquel fue un gran año de perdices aunque fue un mal año para ser perdiz....

2 comentarios:

  1. He publicado mi comentario en el siguiente cuento. Sabiendo de mi pasión y experiencia informáticas, sabrás perdonarmelo.

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  2. Está usted debidamente respondida y, como no, agradecida, en el siguiente cuento. Un saludo y gracias de nuevo!!!

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