miércoles, 9 de febrero de 2011

Sin nombre, sin título...

Inmediatamente, nada más verla, pensó que aquella chica estaba triste, parecía como si le faltase ilusión o  quizás sencillamente necesitaba un motivo por el que empezar y acabar los días. Mucho más tarde, cuando llegaron a intimar, y lo hicieron a fondo, ella le confesaría que: "Estaba a punto de dar un triple salto mortal hacia atrás cuando te conocí, llegaste justo a tiempo", le dijo...
- ¿Un triple salto mortal hacia atrás?, ¿Qué quiere decir eso?, preguntó él, empezando a comprobar que, como había imaginado, aquella mujer que le había parecido tan segura, tenía mucho que contar y él estaba deseando escuchar su historia....Ella le explicó que llevaba tiempo sola, que vivía en un pueblo pequeño en el que se sentía atrapada entre dos sentimientos encontrados, el del arraigo a su pueblo y el de sentirse observada, comentada y cuchicheada a todas horas sin saber quien podía ser el fisgón en cada momento pero perfectamente convencida de que en cada momento había uno. Quería romper con todo, empezar de nuevo, construir una vida nueva en la que poder ser lo que siempre había querido ser y no había podido. Él, sorprendido por la coincidencia, le explicó que estaba aún intentando aterrizar tras un "triple salto mortal", el cual había dado seis años antes y se encontraba cayendo y cayendo sin conseguir encontrar el suelo de una maldita vez. "No te aconsejo dar ese salto", se atrevió a recomendarle; aunque pensó que estaba deseando que ella lo diese para esperarla abajo. A ella él le parecía un tipo interesante pero había algo en aquel hombre que le hacía parecer "un monje", pensaba ella, como si no tuviese deseos sexuales ni hacia ella ni hacia ninguna otra. En la intimidad, él, le explicaría que parte de su "triple salto" había consistido en abandonar a su mujer para siempre y se había jurado no volver a relacionarse jamás con mujer alguna.


La atracción mutua era evidente pero las reservas de dos raros como ellos pesaban más aún por lo que las primeras citas, infructuosas, contribuían poco a aclarar si el mero hecho de estar citándose conduciría a algo beneficioso para ambos o si tan solo terminaría dejando una herida más en sus almas. Ella lo deseaba a él y él la deseaba a ella más aún pero ninguno de los dos se atrevía o sabía ya parecer "deseoso" lo cual sólo contribuía a poner las cosas cada vez más difíciles. Por si esto fuese poco, el hecho de que cada uno le pareciese al otro poco "deseoso", sembraba dudas y a la vez fomentaba la atracción ya que cada uno proyectaba  una imagen casi virginal que por una parte le hacía parecer apetecible y por otra alimentaba la duda de si la experiencia en la cama sería lo suficientemente inconfesable, ya que, como todo el mundo sabe, lo que se hace en la cama debe ser inconfesable para que sea divertido y para que no haga necesario buscar fuera de casa lo que no se puede hacer dentro....


Él poseía el don de la palabra y a consecuencia de ello o como consecuencia de ello, tenía una imaginación desbordante y un deseo sexual mantenido a raya como parte de su "triple salto" . Como técnica de acercamiento, había comenzado a narrarle a ella historias de alto contenido erótico. Era consciente de su capacidad de palabra la cual le permitía conquistar a la mujer y a la vez comprobar hasta donde ella se escandalizaba o estaba dispuesta a llegar en una futura, pero no lejana, esperaba él, relación sexual. Ella, poco a poco, sentía crecer el deseo hacia aquel hombre que le contaba al oído historias inconfesables en las que la obligaba a trasgredir, a saltarse las normas, a vestirse de puta y a comportarse como tal, a explorar y utilizar partes de sus cuerpos que hasta entonces no habían servido para lo que él le contaba...

Era un sujeto manifiéstamente gris aunque no menos que ella, y era tan inexistente, y en eso coincidía otra vez con la mujer, que ni siquiera tenía nombre. Se conocía a si mismo hasta el punto de no meterse nunca en situaciones en las que no se desenvolvía con soltura "donde me falla el control de tracción no me meto..." , solía explicar, aunque también sabía que cuando irremediablemente debía y quería meterse en algún "terreno resbaladizo" lo mejor era tirarse de cabeza al barro e intentar nadar. Aquella chica era el "terreno resbaladizo" en el que más había deseado resbalar en su vida y sólo sabía hacer estas cosas de una forma que generalmente salía estrepitosamente mal o maravillosamente bien.
- Quería proponerte algo, el próximo fin de semana me gustaría que vinieses conmigo de viaje, el plan es sencillo, creo que te gustará y tienes que responderme ahora: tú, yo y una caja de preservativos, ¿qué dices?
- Ella, sorprendida por la inesperada audacia del hombre sin nombre, vio en aquel gesto la señal que estaba esperando ya que si bien tampoco ella era demasiado atrevida sí le gustaba ver en los hombres cierta valentía cuando intentaban seducirla y dijo: "estaré encantada de acompañarte pero sólo pondré una condición: a la caja de preservativos deberás añadirle algo que me sorprenda y creo que tú puedes hacerlo, de hecho acabas de hacerlo. Y mucho...", dijo entonando aquella risa maravillosa que provocaba en él una atracción contra la que ni podía ni desde luego quería luchar.

El hombre sin nombre, sin contar con ella, había escogido un destino alejado para pasar aquel fin de semana y buscaba en la lejanía conseguir un viaje largo en el que pudieran conversar sin mirarse frente a frente, que es como mejor se expresan y preguntan los tímidos. Ella, siguiendo la única indicación que él le había dado para el viaje, llevaba una falda corta, muy corta, y él apoyó su mano derecha, en su rodilla al principio, en su muslo enseguida, para no apartarla de allí durante todo el viaje. Aquella era una mano caliente , pensó ella, notando como la sola presencia de su piel en su muslo provocaba reacciones y humedades que le proporcionaban una mezcla de rubor y satisfacción íntima. El hombre agradeció encontrarse sentado para que no se le notase lo que le estaba ocurriendo.Comprobó o sería mejor decir confirmó, que su deseo hacia aquella mujer era tan intenso que el flujo de atracción que se estaba transmitiendo entre su mano y la pierna femenina hacía innecesarias tanto las palabras como los gestos  para expresar lo que ambos deseaban con lo que el viaje que había deseado fuese largo, se le antojó interminable.
- Cambio de planes, dijo él  dirigiendo el coche hacia una carretera comarcal en la que una gran cartel anunciaba un hotel de montaña a  cinco kilómetros de distancia.
-Pues sí que tenemos prisa, dijo ella sorprendida otra vez por la audacia de aquel "monje" que cada vez parecía menos casto.....

La habitación era bonita, tenía todo lo que ellos necesitaban, que era poco. La mirada femenina enseguida se fijó en la chimenea y en el bonito mobiliario rústico tan característico de las cabañas de montaña. Lo único que desentona, pensó, es ese horrible sofá a juego con un sillón orejero de diseño demasiado moderno en comparación con el resto de la decoración. Además, el respaldo del sofá es bajísimo, parece un mueble para enanos, pensó disgustándose levemente.
- Te va a encantar ese sofá y más aún el sillón, ya verás, dijo él acercándose a su nuca y comenzando a recorrer su cuello con sus labios mientras agarraba su cintura con las manos.
Inmediatamente, ella pensó que la tocaba como si la moldease y él percibió que la piel de la mujer era tan deseable como había deseado que fuese.
- Me pediste que te trajese una sorpresa- susurró el hombre sin nombre a su oído- coge una caja de zapatos que hay en mi maleta y llévatela al baño contigo. No tardes, te espero...

Se encontraba excitada, más de lo que recordaba haberse encontrado nunca, si bien la mujer sin nombre, que el día anterior había acudido a misa y había parecido ser, como siempre, lo que debía ser para la gente de su pueblo, se sentía un poco "puta" con aquel liguero que había aparecido en la caja de zapatos. Por si eso fuese poco, a ello se sumaban unas provocativas, demasiado pensaba ella avergonzada y excitada al mismo tiempo, medias de encaje. El baúl de las sorpresas en forma de caja de zapatos contenía también lo único que se podía esperar que contuviese: unos zapatos de interminable tacón que el hombre había escogido para ella imaginándola sobre ellos con aquella falda tan corta y aquella carita de virgen.
Entreabrió la puerta del baño y, sin asomarse, pidió al hombre que dejase sólo encendida la luz de una lampara para que no se le viese la cara pues se sentía un poco avergonzada al presentir, sin equivocarse en absoluto, que tanto su alma como su pubis, transmitían a sus ojos un deseo incontrolable. Se sentía arder, se sentía viva y, sobre todo, se veía a si misma siendo lo que siempre había querido ser.
Se acercó a su espalda y enseguida la hizo sentirse cómoda, sus manos la recorrieron transmitiéndole confianza, diciéndole que entendían lo que pasaba en su interior y en su exterior; comunicándole también que  estaban dispuestas a esperar si algo iba demasiado rápido para ella pero sin dejar en el aire duda alguna de que si había unas manos en el mundo capaces de hacerla sentir lo que tanto había anhelado, esas manos estaban recorriéndola en ese momento.
Le quitó la blusa, conoció su espalda, conoció sus pechos, pequeños pero tan deseables como jamás habría imaginado; y la había imaginado, llevaba imaginándola tanto tiempo que pensó que se vería decepcionado cuando la consiguiese. Le encantó descubrir que por primera vez en su vida, su imaginación, a menudo desbordante, no había superado a la realidad y que aquella mujer era el mejor "terreno resbaladizo" en el que había resbalado jamás. Sorprendiéndola, la condujo al sillón en donde la hizo agarrarse al respaldo colocándole a continuación una pierna en cada reposabrazos  e inclinando su espalda  hasta situarla en una posición paralela al asiento del sillón. Inmediatamente, él hombre sin nombre, se sumergió en ella y calmó su sed en lugares que la mujer, debido a la postura en la que se encontraba, no le pudo negar aunque después de unos segundos, su parte mojigata, agradeció a la bendita postura que la "obligase" a consentir que le hiciesen aquello. Él, enseguida recordó el sabio amante que había sido antes de su triple salto mortal, y, escuchando como aumentaba la intensidad de los jadeos femeninos, tocó y probó sitios y resortes hasta que ella, que en relaciones anteriores siempre se había maldecido por "lenta", explotó gritando y riendo sin controlar por fin sus sentimientos ni pretender parecer nada, entregada a si misma por fin y entregada para siempre, pensó, a aquel  monje que le hacía sentir tan mujer y tan "puta" pero al que podía presentar en su mundo respetable como "monje".

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